Leyendas

Más allá de los elementos físicos y humanos que los conforman, los paisajes esconden leyendas y mitos tras los que late el sentir de sus moradores, sus esperanzas y temores, sus anhelos y fantasías...

martes, 28 de mayo de 2019

Titiriteros en El Cuervo


Titiriteros (en El Cuervo)
(Por Jacinto Toryho)

POR los baches arenosos del camino marcha el carricoche. Camino andaluz alegre y polvoriento. Carricoche chirriador y cansino. Es la vida ambulante que va a conquistar el miserable pan de cada dia por las plazas silenciosas de los pueblos.
Son los titiriteros. Los que alegran el vivir pueblerino deslumbrándole con sus trajes de relucientes abalorios, y sus saltos mortales.
Acamparon en el arrabal. Visitaron al Alcalde. Aquella noche habría función. Visten sus trajes de chillones coloretes, y al minuto la paz del pueblecito se vio turbada por las estridencias de un cornetín y el "bumbum" de un bombo, más el redoble jacarandoso de un tambor. Los músicos no van solos; les acompaña un regimiento de gente menuda que no cabe en el pellejo de contenta. Aquel es el día de la felicidad.
¡ Esta noche hay títeres; tú, esta noche hay títeres!—se dicen los mozos disimulando una alegría inmensa. La "banda musical" parada en una esquina apura a galope las postrimerías de una marcha. Luego el del fliscornio, que parece el Director de la "troupe", dice en voz alta:
¡ Esta noche a las nueve gran función en la Plaza pública; payasos, equilibristas, varietés, finalizando con "el salto mortal". La retribución es a voluntad!
Y continúa la murga recorriendo las calles del pueblo. Aquello del "salto mortal" era algo que subyugaba a todos. Y se regocijaban los chavales ante la perspectiva de una noche risueña disfrutando con los chistes de los payasos.
La Plaza está de bote en bote. En el centro se alza un arrogante trapecio lleno de humildad. La luna también ha querido ir a los títeres y alumbra y brilla como nunca; está contenta como los chavales.
Espera la gente la aparición de los payasos. Anunciaron la función para las nueve y ya es la media. Los espectadores de primera fila—en los títeres la primera fila es exclusiva de los chiquillos—no hacen más que protestar y "dar guerra", como dice una "comare". Aparece por fin una mujer vistiendo un traje que parece de plata; los abalorios relucen a la luz del farol de carburo, y las muchachas que miran sienten una envidia común: —"¡Si tuviera yo un vestido como ese!"—piensan.
La mujer está triste; se coloca en el centro y dice en alta voz:
i Respetable público; hago saber a ustedes que es imposible celebrar la función, porque el Director de la compañía, payaso, acróbata y músico, se ha puesto enfermo. Mañana, si se hallara mejor, en el mismo sitio y a la misma hora!
Una protesta sorda, injusta pero írreprimible, brotó en los espectadores. La defraudación de una noche de arte barato malhumoró a algunos.
Inmediatamente se oyó;
¡ Dicen que se ha puesto enfermo de hambre!
¡ La mujer y los chicos están llorando junto al carricoche!
¡ Pobre gente!
Aquella protesta sorda se trocó en compasión. Ya nadie pensaba mal de los titiriteros.


En aquel pueblecito andaluz hay un Sindicato. Nuestro, de la Confederación. Todos los trabajadores del pueblo pertenecen a él. Allí mismo en la Plaza está reunido el Comité y otros muchos compañeros. Habían ido a pasar un rato a los títeres. Comentaban lo sucedido, que había apenado a todos.
Deberíamos ayudarles—dijo uno.
Hombre, por mí, no hay inconveniente.
A mi tampoco me parece mal. Son unos trabajadores como nosotros.
Yo propongo una cosa—dijo resuelto otro—: que puesto que están pasando un hambre de los demonios y no pueden trabajar por eso, les entreguemos las 50 pesetas que hay en el Sindicato. Al fin y al cabo, éstos sí que las necesitan, y en la caja ningún beneficio reportan.
Aprobado por unanimidad. Fueron al Sindicato, las cogieron y marcharon donde tenían su carricoche-posada los artistas. Hablaron con la mujer de los abalorios relucientes. El marido estaba enfermo de necesidad, ya varios días que no habían podido trabajar y no tenían un céntimo. Ni ella ni él habían probado bocado aquel día ni el anterior. Los chiquillos lloraban. Eran cinco, y el matrimonio. Siete en total, y no había un pedazo de pan para ninguno.
Los del Sindicato le entregaron las 50 pesetas y quedaron más orgullosos que el Cid cuando entró en Valencia. La mujer por pudor se negaba a tomarlas. Accedió por fin y preguntó:
¿Quiénes son ustedes, me quieren decir sus nombres?
De la Confederación; nosotros somos de la Confederación. Esto se lo da a ustedes el Sindicato Único de Trabajadores de aquí, ¿sabe?
¡ Qué buenos son!—dijo la mujer, y rompió a llorar.
Esa noche sí que hay función. Se ha despoblado aquello. Hastas los vejetes de sopitas y buen vino han ido a los títeres.


La mujer del vestido deslumbrador ha cantado unos cuplés. Los chiquillos han trepado como monos por el trapecio. El hombre ha hecho juegos de manos, ejercicios de acrobacia y equilibrismo, y con unas botellas xílofoneó las canciones de moda. Todos trabajaron aquella noche con un entusiasmo indescriptible. Por cada chiste que decía el payaso-director y padre de la familia que sabía hacer de todo—reían los muchachos del pueblo a caño libre por espacio de cinco minutos.
Luego salió la compañía en pleno con unos tubos de hoja de lata a pedir «la voluntad». Toda la gente dio algo; el que no podía "diez", "cínquito". Pero todos dieron. Aquella noche sacó la compañía circense alguna cantidad. El "negocio" se les había dado estupendamente.
El "director" sale y cambia impresiones con los del Sindicato. Se va y éstos se sonríen algo emocionados. ¿Qué les habrá dicho el titiritero?
Respetable público—dice el artista que ayer no pudo trabajar de hambre—, en la función de esta noche ha sido recaudada la cantidad de «cuarenta y cuatro pesetas con quince céntimos» que son inmediatamente entregadas al Sindicato Único de este pueblo para que sean repartidas por mitad entre el Comité pro presos sociales y las víctimas de Casas Viejas. He dicho.
¿Quién fue el primero que aplaudió? ¿De dónde salió el primer aplauso, que, como reguero de pólvora, prendió fuego en todas las manos? ¡Cualquiera sabe! Lo cierto es que cuando terminó el payaso sus palabras, una salva de aplausos atronó la plaza. Chiquillos, mujeres, mozos, hombres maduros... "to" Cristo aplaudía allí. Porque en el pueblecito aquel todos son anarquistas, todos pertenecen al Sindicato de la Confederación.
El generoso rasgo de los titiriteros había conmovido al "respetable público". Y las "comares" se limpiaban los ojos con la punta del delantal. Los muchachos daban vivas a la C. N. T. y al comunismo libertario.
¿ Cuento?
¿ Fantasía?
¿ Trucos para ensalzar la moral solidaria de los Sindicatos?
Realidad. Cruda y tangible realidad sin cuento, sin fantasía y sin truco. El hecho que queda referido sucedió hace pocos días en El Cuervo, pueblecito de la provincia de Cádiz. El director de la familiar compañía circense se llama Gonzalo Piqueras, que con su mujer y cinco hijos pasea su hambre de artista de la legua por los pueblos de la Península. La prensa lo reprodujo como cosa sin importancia.
Esto me hace decir lleno de orgullo; La organización confederal sienta su base en lo que la vida tiene de más hondo y más sublime: la sensibilidad humana.
Solidaridad, apoyo reciproco y generoso es eso: sensibilidad.



sábado, 2 de marzo de 2019

Bienvenidos a Xemina

Bienvenidos a Xemina

Xemina —o Shemina, que también hay quien lo escribe así— es el nombre originario —árabe— de la actual Jimena de la Frontera. El pueblo se extiende por la falda oriental de un escarpado peñasco cercado por el río Hozgarganta —el cerro de San Cristóbal—, sobre el que los musulmanes edificaron una fortaleza o castillo del que aún se conservan mucho más que ruinas. De hecho se trata de uno de los castillos más interesantes de la provincia y de toda la franja de tierra que durante siglos fue frontera entre moros y cristianos. Merece una visita.

Lo abrupto del terreno hace que las cuestas de Jimena sean proverbiales, hasta el punto de que en algunos pueblos vecinos —y por tanto rivales— la gente dice con cierta malicia que “las de Jimena arrastran el culo por la arena”, en alusión a un supuesto hiperdesarrollo de sus músculos glúteos, consecuencia de tanto subir y bajar cuestas empinadísimas. De lo empinado de las cuestas doy fe, pero no así del supuesto hiperdesarrollo de aquella parte del cuerpo “donde la espalda pierde su honesto nombre”, ya que al menos a primera vista, sin haber querido entrar en análisis detallado, no he encontrado diferencias notables entre los traseros de las jimenatas y los de las señoras y señoritas de cualquier otra población. En cualquier caso no he ido yo a Jimena a mirar traseros femeninos, ocupación siempre placentera para la que no hace falta salir de Jerez, ni muchísimo menos. Pero retomemos la vereda, que me parece que me estoy metiendo por terrenos algo resbaladizos…



Precisamente entre los habitantes de Jimena abunda el tipo esbelto anglosajón, de piel y ojos claros, consecuencia tal vez de la proximidad de Gibraltar y de la Costa del Sol, y del hecho de estar Jimena enclavada en pleno “camino inglés”, que es como llaman al que va desde Gibraltar a Ronda, y que pasa también por Gaucín, otro pueblo precioso donde la presencia extranjera es muy notable. Sea lo que fuere, el caso es que son muchos los extranjeros que han sucumbido a los encantos naturales y arquitectónicos de Jimena, así como al carácter abierto y afable de sus gentes, y han establecido allí su residencia.

En honor de este sector de la población de origen extranjero hay que destacar su amor por la arquitectura tradicional serrana, lo que les ha llevado a realizar rehabilitaciones de viviendas muy cuidadas y con muy buen gusto, respetando y destacando siempre los elementos arquitectónicos más característicos. Un buen gusto que ha debido venir a reforzar el de los propios jimenatos, celosos guardianes y refinados cultivadores de sus tradiciones estéticas, tal y como puede comprobarse con solo pasear por las calles de este precioso y cuidado pueblo blanco.

Fruto de la presencia extranjera son también los fantásticos conciertos de música clásica que la asociación cultural Coda —presidida por un ciudadano de origen holandés— organiza cada año en el “marco incomparable” —que diría el inefable Pepe Marín— del claustro del convento de Nuestra Señora Reina de los Ángeles. Precisamente hace unos días tuvo lugar la V edición de este Festival Coda de Música Clásica, con las actuaciones del Coro de Cámara Convocati de Utrecht, el quinteto de cuerdas de Michael Thomas and Friends, y el Coro Internacional del V Festival, formado por casi medio centenar de cantores de diversas nacionalidades -con destacadísimos solistas- que interpretaron, entre los limoneros del claustro, la deliciosa Petite Messe Solennelle, de G. Rossini. Entre el público, que llenó el local, predominaban ciudadanos de los más diversos países europeos, muchos de ellos llegados ex profeso de diversas localidades de la costa malagueña, contribuyendo su presencia a reforzar el aire cosmopolita que se respira en este pequeño pueblo serrano.

Sirvan estas pinceladas para poner de relieve la influencia positiva que sobre cualquier población puede ejercer el turismo cuando es de calidad, que no es el que tiene más dinero para gastar sino el que busca entretenimientos más refinados. Pero al turismo de calidad solo se le atrae ofreciéndole calidad, que es lo que están consiguiendo en Jimena, avisados y escarmentados tal vez por los estragos que el turismo de masas ha ocasionado, y sigue ocasionando, en localidades costeras próximas.