Leyendas

Más allá de los elementos físicos y humanos que los conforman, los paisajes esconden leyendas y mitos tras los que late el sentir de sus moradores, sus esperanzas y temores, sus anhelos y fantasías...

jueves, 29 de noviembre de 2012

Los leones de Espera


Paseando por la Villa de Espera, Cádiz.

En los aledaños de la Iglesia se encuentra el Museo Arqueológico de Espera (MAE). Se trata de un bello caserón solariego de dos plantas, en el que se exponen de manera muy didáctica materiales prehistóricos diversos, más una estupenda colección de esculturas ibero-romanas encontradas en dos yacimientos próximos al pueblo: el del cerro de Esperilla y el de la ciudad romana de Carissa Aurelia.

Aunque las piezas expuestas en el pequeño y bonito Museo Arqueológico de Espera nos permiten hacer un recorrido por la prehistoria y la historia antigua de la Villa, desde el Paleolítico hasta el final del imperio romano, lo que más llama la atención, sin desmerecer lo demás, es su colección de leones de piedra. Se trata de un conjunto de figuras de buen tamaño, labradas en piedra arenisca, entre los que destaca un ejemplar de enorme expresividad y de rasgos absolutamente contemporáneos, al que hemos dado en llamar El León de Espera.

Hallados tales leones de forma casual, al tropezar con ellos la reja del arado, lo más probable es que tuvieran un carácter funerario tal y como nos explicó Pepa Lozano, directora del museo.
Símbolo de vigilancia y de la Justicia, dada la antigua creencia que le atribuía al león el poder de dormir con los ojos abiertos, ya en la antigüedad prerromana se colocaban leones a las puertas de los templos y de los lugares donde se impartía Justicia. A este respecto en el siglo XVI decía Alciato, experto en emblemas antiguos: “Es un león, pero también un guardián, porque duerme con los ojos abiertos; por eso lo ponen ante la puerta de los templos”.

Pero también es el león símbolo de la resurrección, pues existía la tradición –la cual tuvo vigencia hasta la Edad Media- de que la leona paría a sus crías de modo que parecían muertas, sin dar señales de vida, hasta que al tercer día aparecía el león macho y con su aliento las resucitaba. Esta ficción debió ser tomada de Aristóteles y de Plinio el Viejo, que la refieren en sus escritos.

Allá por el siglo XIII, Guillermo de Normandía dejó escrito en su Bestiario Divino:

“Cuando la leona pare
Su cría cae a tierra, muerta;
Para vivir no tendrá fuerzas
Hasta que el padre, en el tercer día,
Le da calor con su aliento y lo lame por amor;
De tal manera lo reanima”.

Está documentado que en Licia, en Frigia y en muchas otras regiones mediterráneas, existía la costumbre de colocar la imagen del león sobre las tumbas de los reyes o de los héroes ilustres. Y es éste el sentido que podrían tener los leones de Espera, aparecidos, como dijimos, en los aledaños de sendas necrópolis ibero-romanas.

jueves, 22 de noviembre de 2012

Camino de Espera


Camino de Espera

La Villa de Espera es quizá una de las poblaciones menos conocidas de la provincia, más allá de sus famosos molletes y del rico aceite que aún allí se produce, y que tuvo fama de ser el mejor de toda la serranía. El blanco caserío acunado en la ladera del cerro, en cuya cima se destaca el Castillo de Fatetar, es sin duda una de las vistas más pintorescas de la provincia de Cádiz.


En Jerez existe todavía un “Camino de Espera” por el que antaño llegaba a la ciudad una parte importante del ganado que, procedente de Sevilla, se exponía a la venta en nuestra Feria de Mayo, después de hacer estación en la Feria de Espera, que por dicha razón se celebraba -y aún hoy se celebra- a finales del mes de abril o a principios de mayo, justo entre las ferias de Sevilla y Jerez. Pero se ve que los nuevos medios de transporte, así como la pérdida de importancia de la compraventa  de ganado en nuestras ferias, dejaron obsoleto dicho Camino de Espera, prácticamente perdido al poco de salir de Jerez, y que ha quedado  reducido a un bonito y evocador nombre, ideal como título para una novela que está aún por escribirse.

A pesar del tipismo de su morfología, en tanto que pueblo blanco, Espera es sin embargo una localidad atípica en cuanto a la estructura de la propiedad de la tierra, ya que predomina la pequeña y mediana propiedad frente al latifundismo característico de gran parte de la provincia y de Andalucía. Y es que gracias a la ilusión y al trabajo del ilustre espereño Francisco Garrido -Curro, para sus convecinos-, alcalde de la localidad durante la Segunda República y destacado dirigente obrero, Espera fue pionera en el proceso de Reforma Agraria, beneficiándose de la parcelación y ocupación de latifundios. Pero esta favorable estructura de la propiedad de la tierra no ha impedido que Espera haya seguido siendo tierra de emigrantes.

Consecuencia también de la ilusión republicana de muchos espereños es el hecho de que en aquellos años algunas niñas fueran inscritas en el Registro Civil con los evocadores nombres de Democracia o Pasionaria, entre otros. Nombres que se vieron obligados a cambiar los padres de tales niñas al terminar la Guerra Civil, al ser considerados como extravagantes por las nuevas leyes franquistas.

Como curiosidad, añadir que “acabar como el Rosario de la Aurora” es dicho popular que al parecer tuvo su origen en esta bonita población de Espera, donde está documentado que a mediados del siglo XIX uno de aquellos rosarios que se rezaban al amanecer terminó a farolazos entre los participantes, según una versión, o con la muerte del presbítero de la parroquia tras que un buey embistiera a la sacra procesión, según otra. De ahí que lo mismo se dice, cuando algo tiene visos de terminar de manera desastrosa, que “va a acabar como el Rosario de la Aurora” o “como el Rosario de Espera”.

Curiosidades aparte, el nombre de Espera procede, al parecer, de la denominación árabe Asbira. La crónica de Abderraman III nos cuenta que este califa fue quien ordenó la construcción del castillo, cuando en el año 914 llegó a Asbira procedente de Arcos, ciudad a la que había venido para sofocar una revuelta.
En Espera, pueblo tranquilo y de gente muy amable y acogedora, en el que aún perdura la sana costumbre de saludarse por la calle -incluso a los forasteros-, hay varios lugares de obligada visita, a saber: el Museo Arqueológico, la Iglesia, el castillo de Fatetar –con la ermita del Cristo de la Antigua-, el Molino del Diezmo, las ruinas de la ciudad ibero-romana de Carissa Aurelia… y la peña flamenca.



Leyenda de Hespero
Según una leyenda difundida por el pueblo (y que tomamos del espereño Cristóbal Garrido Jiménez), Espera fue fundada por el mítico rey Hespero (hermano de Athlante, rey de la Mauritania), el cual reinó en Hesperia hacia el año 657 después del Diluvio; o sea, hacia el 1659 antes de Jesucristo.
Hespero de pequeño tenía el nombre de Filóctetes y fue uno de los ocupantes del Caballo de Troya que, en su odisea particular tras la legendaria guerra, volvió hacia occidente con su hermano Athlante, que era, como dijimos, rey de la Mauritania. Pero cuando cruzó el mar y llegó a Hesperia (la Península Ibérica), conmutó su nombre por el de Hespero. Tuvo tres hijas, aquellas del vergel –el mítico Jardín de las Hespérides- en el que un dragón que nunca pestañeaba -¿o se trataba de un león?- custodiaba las manzanas de oro.
También cuenta la leyenda que Hespero era un gran aficionado a la astrología, y que una noche, cuando estaba en la atalaya de su castillo observando los astros, fue raptado o abducido por la estrella vespertina –el Véspero-, a la sazón Venus o el Lucero del Alba.

lunes, 12 de noviembre de 2012

Los Baños de Gibalbín


Aparte del interés cultural del castillo y de las vistas más que sorprendentes, la sierra de Gibalbín tiene también un evidente atractivo paisajístico, ahora puesto en peligro por explotaciones mineras a cielo abierto que dudo resistan ningún estudio de impacto medioambiental. Pero frente a estas agresiones al paisaje, nos complace el esmero con que sus propietarios cuidan la hermosa finca denominada “Las Navas” -ya junto al poblado de Gibalbín-, en cuyo corazón se encuentra un antiguo balneario de aguas sulfurosas.
Se accede a las ruinas del balneario –a Los Baños, que es como allí lo llaman- a través de un bellísimo camino que discurre entre algarrobos con los que hace unos años se repobló la finca. Los suficientes como para que los árboles hayan alcanzado ya el porte necesario para que nuestra marcha transcurra a la sombra clara que proporciona su follaje, de un verde tan luminoso en esta época del año. Tienen algo de mágico estos árboles.
Mientras caminamos embelesados por la luz clara que se filtra por las copas de los algarrobos, se nos viene a la cabeza la canción con la que amenizaban su marcha hacia Los Baños de Gibalbín un grupo de ancianos naturistas que aún en los años 80 peregrinaban al lugar, convencidos de las bondades salutíferas de sus aguas:

"Allá en Gibalbín
nos esperan sus aguas,
qué frescas, qué claras,
la fuente ideal.
Los baños nos curan
todos nuestros males,
sus buenos aires
dan más vigor..."
Sileno
Es siempre de improviso cuando suceden estas cosas. Lo hemos comentado varias veces, y después de darle muchas vueltas estamos convencidos de que lo que vimos aquel día en la sierra de Gibalbín, cuando marchábamos tranquilamente entre los algarrobos camino del balneario tarareando aquella vieja canción, fue una verdadera aparición. Hasta ese día yo no había tenido razones para creer en los faunos, en los sátiros y demás criaturas fantásticas que según la mitología pueblan los bosques, pero lo que de repente se apareció ante nuestros ojos, sólo durante unos breves segundos, fue desde luego algo más que un simple caballo salvaje. Un caballo con expresión plenamente humana –sí, humana, concretamente de hombre ya curtido en años- y que aparentemente contrariado por nuestra presencia nos hacía señas moviendo la cabeza arriba y abajo, como queriendo advertirnos de algo, y que desapareció entre la arboleda y sin dejar rastro apenas unos segundos después, con el mismo trote ligero con el que había aparecido.
Ni siquiera hubo lugar a hacer fotos, pues como ya dije fue una aparición que duró apenas un instante, ni habíamos tomado nada capaz de provocar una alucinación tal, más allá de la copa de Machaquito con que aquella mañana habíamos rematado el desayuno. Sea como fuere, lo cierto es que ya toda nuestra estancia en los Baños estuvo marcada por la extraña y bella aparición de Sileno –así lo hemos bautizado- a quien atribuimos algún mensaje hasta el momento oculto, pero que debe andar en algún lugar de esta historia.
(Sileno: Genio que lleva una vida libre y en estrecho contacto con la Naturaleza, entre otros sátiros y ninfas. Como todos los sátiros viejos tiene rasgos equinos, habilidad para la música,dones proféticos cuando está borracho y una lubricidad desenfrenada)


Cómo llegar a Los Baños:
Para ir a Los Baños hay que atravesar el poblado de Gibalbín según se llega desde Jerez, y tomar un desvío hacia la izquierda que parte justo desde la venta "La Choza". Se trata del antiguo camino de Arcos a Lebrija. Una vez se acaba el tramo que está asfaltado -y que llega hasta las últimas casitas de Gibalbín- se toma la bifurcación de la derecha hasta llegar a una profunda hondonada que hay a algo más de un kilómetro de carril. En el fondo de la hondonada -excavada por un arroyo que cruza el camino- veremos a la izquierda la angarilla por la que se accede a Los Baños, a los que se llega caminando a lo largo de un bonito sendero que discurre entre algarrobos. Una frondosa masa de eucaliptos marca el lugar donde se encuentran las ruinas del antiguo balneario.


 

sábado, 10 de noviembre de 2012

Las Lagunas de la Zorrilla


El triángulo que forman Gibalbín, Las Cabezas de San Juan y Espera es un complejo endorreico en el que pueden encontrarse hasta una decena de pequeñas lagunas de enorme interés faunístico y paisajístico. Nosotros vamos a centrarnos en tres de aquellas lagunas, por ser las que quedan dentro de los límites de la provincia de Cádiz, y que forman el complejo endorreico de Espera: La Laguna Dulce de La Zorrilla, la Laguna Salada de La Zorrilla y la Laguna Hondilla.

Las Lagunas de La Zorrilla, o de Espera -que es como se las conoce-, pueden visitarse en coche si seguimos algunos kilómetros la carretera que desde Gibalbín conduce hacia Las Cabezas y nos desviamos por un carril que sale a la derecha en dirección al Cortijo de la Zorrilla (está indicado). Las lagunas se encuentran nada más pasar el cortijo, y el carril continúa en buen estado hasta la población de Espera.


Pero si disponemos de más tiempo y nos apetece estirar las piernas, las lagunas de La Zorrilla pueden visitarse a pie desde el mismo poblado de Gibalbín. Para ello basta con tomar un camino que hay a la derecha según salimos del poblado en dirección a Las Cabezas, justo al dejar atrás las últimas casas ya diseminadas. Se trata de un paseo muy agradable y de apenas una hora de ida y otra de vuelta, desde el que se disfrutan vistas espectaculares de las sierras y de las campiñas gaditanas, sobre todo desde su punto más alto, al que hemos bautizado como "el Círculo del Mundo".      

"El Círculo del Mundo"

El carril que desde la salida de Gibalbín conduce hacia las Lagunas de la Zorrilla, serpentea y asciende por un cerro cuya vegetación y rocas calizas nos recuerdan que estamos recorriendo las últimas estribaciones de las Sierras Subbéticas, a las que pertenece también la Sierra de Grazalema. Al llegar a lo más alto, tras kilómetro y medio con fuertes repechos, debemos buscar a nuestra izquierda un pequeño mirador desde el que se divisa el "Círculo del Mundo": un horizonte perfectamente circular que nos permite deleitarnos con estupendas vistas en 360º a la redonda, con la localidad sevillana de Las Cabezas de San Juan al norte, el cerro donde se asienta Medina Sidonia al sur, las sierras de Grazalema el este y la de Gibalbín al oeste, etc.

Tras una parada para tomar aliento y recrearnos con el estupendo paisaje que desde aquel otero se nos ofrece, no hay más que seguir el carril que, en suave descenso y entre campos de labor, nos conduce hasta las Lagunas de la Zorrilla, llamadas así por encontrarse en las inmediaciones del cortijo de ese mismo nombre. (Ojo: no hay que tomar un desvío que encontraremos hacia la izquierda, el cual conduce al cortijo en vez de a las lagunas). A unos tres kilómetros toparemos con una señal vertical que dice "Reserva Natural". A partir de esta señal hay que tomar el sendero de la izquierda (que está muy poco marcado) y que nos lleva directamente hasta otra señal que prohíbe el paso de vehículos "excepto autorizados y vehículos agrícolas" Desde este lugar ya podemos ver la Laguna Dulce de la Zorrilla, a la cual llegamos siguiendo un sendero que la rodea en el sentido de las agujas del reloj.

Según relata el espereño Miguel Rodríguez Ardila, quien se crió en aquellos pagos, era tal el aislamiento en el que vivían los moradores de este cortijo de La Zorrilla allá por los años cincuenta del siglo pasado, que muchas veces perdían la cuenta del día en el que estaban, ya que ni siquiera disponían de almanaque, e incluso la hora del día la calculaban por la altura del sol cuando se les paraba o se les olvidaba darle cuerda al único reloj que había en el cortijo. Era “el Recovero” -un personaje que iba de cortijo en cortijo recogiendo huevos a cambio de café y azúcar- quien les ponía al tanto, cuando por allí asomaba, del día y la hora en que vivían.

Bastan unos pocos minutos recorriendo aquellos parajes solitarios para darnos cuenta de que el lugar tiene algo de especial, casi mágico. Según leyendas que se han transmitido oralmente entre los habitantes de la zona, esta Laguna Dulce de la Zorrilla es un lugar donde han sucedido -y aún suceden- "sustos" o "miedos" –que es como se llama aquí a los sucesos extraordinarios o paranormales-, cuyo relato en las noches oscuras debía llenar de congoja el corazón supersticioso de los campesinos que se alojaban en la gañanía del cortijo durante las temporadas en las que había faena. Por ejemplo, aquel anochecer en que un campesino rezagado descubrió, detrás de unos matorrales, a un niño pequeño abandonado que lloraba con absoluto desconsuelo. Tras acercarse a la desvalida criatura y tomarla amorosamente en brazos para llevarla al cortijo, el campesino pudo ver, horrorizado, cómo al niño -o lo que quiera que fuese- le crecían repentinamente las uñas hasta transformarse en afiladas garras con las que le atacó con insólita fiereza, como si de un felino salvaje se tratara, al tiempo que se le dibujaba en el rostro una sonrisa diabólica. Después de abandonar a la mostrenca criatura, el campesino corrió despavorido hasta el cortijo donde, a pesar de los arañazos que le habían desgarrado el pecho y la cara, nadie daría crédito a su historia.. Hasta que ésta volvió a repetirse una y otra vez, y siempre en el mismo lugar, por donde evitan pasar todos los que conocen el sitio y la historia. 
Según otra versión que circula entre los habitantes de Gibalbín, no fueron las uñas sino las piernas las que le crecieron repentinamente al niño, hasta el punto de que los pies le arrastraban por el suelo desde lo alto del burro sobre el que el campesino lo había montado para llevarlo así más descansadamente hasta el cortijo, siendo esta nunca vista circunstancia la que sembró el pánico entre los campesinos.

También cuentan los lugareños "que un día se encontraba una carreta cerca de dicha laguna tirada por unos bueyes y cargada de haces de trigo para llevar a la era del cortijo. En un momento dado a los bueyes le entraron las cucas, por lo que emprendieron una veloz carrera en dirección a la laguna con el fin de meter las pezuñas en el agua para librarse de la pesada mosca, como es habitual que haga el ganado vacuno. Pero estos no se conformaron con meter sólo las pezuñas sino que siguieron avanzando hacia el centro de las aguas hasta desaparecer, primero los bueyes y luego la carreta con los haces de trigo. Ni bueyes ni carreta se volvieron a ver más" (1). Pero algunos ganaderos trasnochadores dicen que a veces, en las noches de luna, se oye en el entorno de la laguna "el tintineo de los esquilones de los bueyes en la lejanía, sobre las aguas".

En vez de arredrarnos, estas historias o leyendas han servido para estimular nuestra curiosidad e imaginación, y nos han alentado a poner a prueba nuestro valor y atrevimiento, haciendo lo que ahora proponemos a nuestros lectores: y es que como en el verano suele hacer mucho calor por estos andurriales, decidimos ir andando a las Lagunas de la Zorrilla en noche de luna llena. Garantizamos que la experiencia resulta absolutamente inolvidable, sobre todo si se sale justo al atardecer para ver salir la luna desde el Círculo del Mundo.
Una vez en la reserva natural, si rodeamos la Laguna Dulce en el sentido de las agujas del reloj, a la mitad del recorrido pasaremos junto a un bosquecillo de eucaliptos en cuyas proximidades hay un pozo que riega un huerto bien cercado con tupida malla. Esta arboleda –“La Pajarera”- es otro lugar mágico elegido por centenares de aves para nidificar y reproducirse. Pasado el bosquecillo, rodeamos el huerto -ahora en el sentido contrario de las agujas del reloj- y la senda nos lleva hasta las lagunas Salada y Hondilla, frente a la que encontraremos un mirador desde el que poder observar las aves chapoteando en la laguna.





viernes, 2 de noviembre de 2012

El Tesorillo del Loco Parra

El Tesorillo del Loco Parra


Cerca de Los Baños de Gibalbín se encuentra el cerro conocido como El Tesorillo. Hasta este lugar marchaba cada mañana -hasta no hace mucho- el “Loco Parra”, hijo y nieto de otros "Locos Parra", que constituyen una de las más curiosas sagas de las que a lo largo de mi vida he podido tener noticia. Porque los “Locos Parra” -que es como los apodaban sus convecinos- no iban allí para labrar la tierra o apacentar ganado, sino para excavar galerías a la búsqueda de un tesoro que tenían la convicción de que por allí andaba escondido. Tal era su fe en el hallazgo del codiciado tesoro, que el paso de tres generaciones sin encontrar nada de valor -al menos que se sepa- no sirvió para desalentarles de su búsqueda. Testigo de tan inaudita hazaña es la colosal obra de ingeniería en que se ha convertido el cerro “El Tesorillo”, el cual se encuentra ya todo horadado por galerías subterráneas, como si se tratara de un gran queso mineral.

Además del placer del paseo por aquellos andurriales tan bellos como desconocidos y solitarios, la visita al cerro "El Tesorillo" me hizo meditar sobre el sentido que a la vida le supieron dar aquellos "Locos Parra", inmunes al desaliento, que durante tres generaciones supieron mantener encendida, gracias a una ilusión, la llama de la esperanza.


                                          "Naturaleza" (Ricardo Galán Urréjola)